I – SALTO AL VACÍO
Tres gatos comunes bajo el lavadero, el gato común de los egipcios, el gato común de las zotehuelas, el gato común de los baldíos, o bien, las gatúbelas de Tlalpan al anochecer. Da lo mismo, los gatos no son novedad, acechan en los basureros… se filtran por igual en las inconsciencias; en celo procuran un rayo lunar como médium hacia la finitud de la galería perforada.
Lo interesante aquí no son en realidad los gatos, el objeto de análisis es cómo fueron exterminados todos ellos de una vez. En su cuerpo, aún grácil, la sangre tomó la textura de la tinta y se escribió el infinito.
II – ESTABILIDAD AÉREA
Hoy recordé a Juan Salvador Gaviota, el triste, torpe y terco pajarraco de Bach. Dichosa ave acuífera dominando alas irreales, el torso dirigido a un cosmos inhabitado, el pico disgregando nubes a la velocidad de un rompeolas. El triste, torpe y engreído pájaro se estrelló contra su propia osamenta. A cambio recibió el aire.
III – ESE EXTRAÑO SEGUNDO PREVIO AL ATERRIZAJE
Gelatina de mora azul: delicioso espejo diluido apenas roza la lengua, alquimia perfecta. El líquido se asombra de la forma del recipiente que lo contiene -¿lo contiene?- lo común tiene el aspecto de extrañeza, lo consagrado al vacío es apenas un cristal de azúcar retenido en la marea. Lo etéreo es el instante de un ojo distraído por la panorámica.
La manta extensible que disminuye la aceleración de una bala en el abismo tiene la misma consistencia del bocadillo violeta que perfora mi boca.